ATLANTA'96: JOHNSON Y LEWIS DIGNIFICAN UNOS JUEGOS FÁCILES DE MEJORAR
Michael Johnson, que pegó un tajo de 34 segundos a la plusmarca mundial de los 200 metros, y Carl Lewis, que ganó en la longitud su noveno oro olímpico, dignificaron deportivamente unos Juegos que, en el plano organizativo, decepcionaron a los participantes de todo el mundo y podrían ser fácilmente mejorables en próximas ediciones.
La muerte de dos personas por la explosión de una bomba en el Parque Centenario, principal zona recreativa de Atlanta, dejó en evidencia el complicado dispositivo de seguridad puesto en marcha para los Juegos y será para siempre una mancha negra en el historial de la XXVI Olimpiada. Estados Unidos volvió a imponerse en el medallero general veintiocho años después: con excepción de Los Angeles'84, boicoteados por el bloque soviético, los norteamericanos no ganaban unos Juegos desde México'68. En Atlanta lo hocieron cómodamente, muy por encima de Rusia -máxima beneficiaria, también en lo deportivo, de la descomposición de la URSS- y de Alemania, que nunca defrauda.
Con todo, el equipo local se encontró con sonoros fracasos en pruebas de importante peso específico. Los cubanos les dominaron en béisbol y boxeo, los canadienses les quitaron el oro en los 100 metros lisos y en el relevo 4x100 y nadadores de muy diversa procedencia, encabezados por la irlandesa Michelle Smith (tres oros y un bronce), abrieron amplias fisuras en su dominio de la piscina.
China mantuvo el cuarto puesto de Barcelona, pese a un sospechoso bajo rendimiento de su natación femenina, y Francia se instaló por sorpresa en la élite mundial con un quinto lugar que mejora notablemente el noveno de 1992; Marie Jose Perec dio a su país el oro en los 200 y en los 400 metros y dio la réplica femenina y francesa de Michael Johnson, aunque sin récord.
La selección estadounidense de baloncesto pasó de nuevo como un ciclón sobre sus rivales, pero su participación careció del encanto de lo nuevo y sus partidos no tuvieron la magia de hace cuatro años. En la final, Yugoslavia fue un digno rival que resistió el torbellino durante media hora y luego perdió toda opción. Croacia, con su séptimo puesto, fue la decepción del torneo, que por encima de las estrellas de la NBA tuvo un nombre propio: Oscar Schmidt, que se despedía de la selección brasileña participando en sus quintos Juegos Olímpicos.
Dos números uno en lo suyo, André Agassi y Miguel Induráin, dieron categoría olímpica a dos deportes hasta ahora poco considerados en los Juegos: el tenis, que no había tenido desde su vuelta al programa olímpico en 1988 un ganador de la entidad del estadounidense, y el ciclismo, que por primera vez daba entrada a los profesionales. Induráin, cinco veces ganador del Tour de Francia y campeón del mundo contrarreloj, logró el título olímpico en esta misma especialidad y añadió un renglón más a su extenso curriculo.
El equipo estadounidense de gimnasia artística femenina se proclamó por primera vez en la historia campeón olímpico, pero la final individual fue para la ucrania Lilia Podkopayeva. Rusia y el chino Xiaoshuang Li se llevaron los respectivos oros masculinos y Grecia volvió al medallero gimnástico por primera vez desde 1896 gracias a la victoria en suelo de Ioannis Melissandis.
El torneo de fútbol deparó sorpresas de principio a fin: España, equipo que defendía el título, fue eliminado en cuartos de final; Brasil, máximo favorito, cayó en semifinales ante Nigeria y este mismo equipo se deshizo de Argentina en la final con una exhibición física y técnica. Estados Unidos, un país sin tradición balompédica, ganó el oro femenino.
Cinco atletas fueron descalificados por dopaje. El bromantán, un dopante hasta entonces desconocido, se reveló como la sustancia de moda en el mercado ilegal. El Tribunal de Arbitraje Deportivo, después de una semana de deliberaciones, tuvo que rehabilitar a dos de los dopados, los rusos Andrey Korneyev y Zajar Guliev, ante la falta de datos sobre los efectos del producto. Cuatro de los deportistas sancionados eran rusos y una, lituana.
Grandes nombres de la historia de deporte pasaron por los Juegos con más pena que gloria, entre ellos Sergei Bubka, Javier Sotomayor, Jackie Joyner, Janet Evans o Vitali Scherbo, pero otros compraron plaza perpetua en el Olimpo: sirva como ejemplo un representante de las disciplinas minoritarias, Naim Suleymanoglu, único haltera que, con su triunfo en Atlanta, ganó tres oros en otros tantos Juegos consecutivos.
Unos y otros dieron a los Juegos la grandeza deportiva que les faltó en el aspecto organizativo. Los problemas con el transporte hicieron llegar tarde a los entrenamientos, incluso a la competición, a numerosos atletas; muchos se quejaron de incomodidad y falta de limpieza en la Villa y varios tuvieron problemas con el excesivo celo de la policía local.
El sistema informático, fundamental en la gestión de unos Juegos para disponer de los resultados de la competición al instante, fue víctima de su propia sofisticación y durante días se reveló incapaz de ofrecer los datos más elementales: listas de salida y clasificaciones. Medios de comunicación de todo el planeta presentaron quejas formales al Comité Organizador y a la empresa responsable, IBM, y solicitaron la devolución de los pagos realizados por adelantado.
Las delegaciones extranjeras se quejaron también de falta de calor humano: el desfile de la ceremonia inaugural, en el que todos los equipos excepto el estadounidense fueron recibidos con frialdad, y las transmisiones televisivas de la cadena local NBC, que ignoró todo deporte en el que un norteamericano no pudiera triunfar, daban fe de esa falta de cariño hacia el deporte olímpico en sí, por encima de nacionalidades.
